Los discapacitados y las discapacitadas no existen. Son un invento que se deriva de la propia palabra discapacitado (DIS- / -CAPACIDAD: Con falta de capacidad, contrario a la capacidad) ¿Acaso debemos designar a una persona con esa etiqueta?
Las etiquetas nunca son buenas y menos cuando de ellas se desprende cierta connotación negativa o creencias estereotipadas del colectivo al que se le cuelga.
Por lo tanto, lo que sí existen son las personas con discapacidad; las mujeres, los hombres, los niños, las niñas… con discapacidad. Es un pequeño matiz pero que marca una gran diferencia.
Pero volvamos a lo que nos atañe. No sé si se debe a mi perspectiva o a mi formación lingüística pero me gusta analizar las palabras y me gusta utilizarlas -y que se utilicen bien- y últimamente veo demasiadas veces en diarios y medios importantes, el dichoso término que aborrezco: «discapacitado/a». Son noticias que, para más inri, en su titular llevan la dichosa palabrita. Os dejo varios ejemplos:
- Pillan a un discapacitado circulando sin carnet a 297km/h. Noticia de El País
- Despedida tras ser pillada fumando y cargando al discapacitado que debía cuidar. En la web de Antena 3 Noticias
- El empleado de McDonald’s que da de comer a un discapacitado conmueve a Facebook. En la web de 20minutos
- Un juzgado ordena desahuciar a un discapacitado en riesgo de «exclusión social». En ABC Madrid
- Una discapacitada aparece muerta en su piso de Vigo semanas después de que su padre, que la cuidaba, ingresase en un hospital. En La Voz de Galicia
- León designará después de Semana Santa un nuevo Defensor del Discapacitado tras la muerte de la titular del cargo. En Ileon.com.
Y podríamos poner muchas más ya que estas noticias solo son ejemplos de las últimas semanas.
Como se puede comprobar hay noticias de todo tipo -buenas y malas- pero todas tienen en común que utilizan el término de marras, que aunque no es del todo erróneo puesto que está admitido por la RAE, lleva consigo unas connotaciones negativas para la persona a la que se dirige.
Deberíamos aclararle a los periodistas que todos ellos son personas, personas con discapacidad pero que no se puede definir a esa persona por su discapacidad. Es muchas más cosas y por lo tanto llamarla «discapacitado» o «discapacitada» la está reduciendo a la capacidad que tiene disminuida o afectada y olvidándose de sus muchas otras capacidades.
Todo esto se deriva del poco conocimiento sobre la discapacidad que tiene la sociedad en general, aquella que no tiene discapacidad o no convive con alguien que la tiene.
Hace poco se hizo una encuesta elaborada por Fundación ONCE y FAD a jóvenes españoles sobre su percepción de la discapacidad y los resultados fueron bastante sorprendentes ya que la ven como algo lejano, incluso como un mundo paralelo al suyo propio. También creen que esas discapacidades son impedimentos para llevar una vida satisfactoria.
Es necesario cambiar esas percepciones para poder lograr la plena inclusión de las personas con discapacidad y, por consiguiente, desterrar de nuestro vocabulario palabras como «discapacitado/a» y otras peores que, afortunadamente, se empiezan a olvidar: minusválido, incapaz, retrasado, subnormal… y otras muchas más de mal gusto que prefiero obviar pero que, por desgracia, conocemos.
Por todo esto es importante cuidar las palabras que se utilizan porque son más que eso, pueden tener connotaciones negativas e implicaciones sociales devastadoras. Hay que tener en cuenta que las palabras son una de las claves importantes hacia la inclusión plena y la no discriminación.
Los discapacitados no existen, las personas con discapacidad, sí.
Cuidar el lenguaje y respetar la integridad de la persona son dos cuestiones innegociables en nuestro camino hacia la igualdad, el respeto y el reconocimiento dentro de la sociedad.