Dos bicicletas

Las bicis son para el verano y no para las aceras


Hoy os hablaré de mi relación amor-odio con la bicicleta. Como ha pasado de ser un juego y una distracción a un reto personal más difícil cada día.





 

De pequeña siempre disfruté del placer de pedalear y que el viento golpease mi cara. Una sensación fantástica. Recuerdo ir al aparcamiento de la lonja o delante de la Escalinata con mi padre a aprender a montar en bici o a curvar, hecho que me costó lo mío al no tener visión periférica. Sea como fuese, pasé muchas horas sobre mi pequeña bici azul y blanca o mi primera bici de mayor de mi color favorito, el verde chillón.

Mis recorridos se ceñían a zonas más o menos acotadas o a recorridos como el Día de la Bici cada 1 de mayo en Cambados.

Pero pasó el tiempo y con el llegaron los miedos asociados a cierta pérdida de visión. Lo de salir a la calle con la bici se volvió imposible por no poder abarcar suficiente campo visual para circular con seguridad. Y ahí se acabó hasta hace poco mi relación con las bicis.


Lejos de aquellos años, ya en la treintena, y con el boom de los carril-bici me volvió el gusanillo de tener bicicleta. Y me compré una. Aunque no la disfruto mucho, cuando monto en ella vuelve a mí esa sensación de libertad. Ahora sólo circulo por carriles bici poco transitados y con Glo Rodríguez pedaleando un poquito por delante de mí para servirme como guía y avisarme de las posibles incidencias del terreno. No se nos da mal pero alguna caída absurda también me he comido como en los viejos tiempos. Jejeje

El siguiente paso, para mi seguridad, será el tándem aunque son bastante carillos. Habrá que ahorrar.

Todo lo que os he contado podría decirse que es en cierto modo la parte buena de las bicicletas en mi vida. Sin embargo también hay una parte no tan buena: los ciclistas incivilizados.

En las ciudades y pueblos, pero sobre todo en las primeras, se ha puesto de moda esto de usar la bici como medio de transporte más saludable y menos contaminante, que me parece perfecto. Yo también lo utilizaría si pudiera. Pero debido a que en muchas zonas los carriles bici no existen o están mal planificados, algunos ciclistas deciden que la mejor zona para transitar son las aceras.


Da igual que el ayuntamiento haya establecido carriles mixtos para bicis y coches o que la normativa obligue a bajarse de la bici sobre todo en los pasos de cebra… Cada mañana es una auténtica odisea mi camino al trabajo. Y mira que las aceras no son precisamente estrechas pero los ciclistas campan a sus anchas y a velocidades excesivas esquivando a la gente. 

Más de un susto me he llevado al encontrarme de repente una bici de frente y sin saber muy bien como reaccionar porque teniendo una discapacidad visual los reflejos pueden ser muy escasos. En ese momento no te da tiempo a pensar y mucho menos a ver o intuir por donde te va a quebrar el señor ciclista. Cualquier día acabamos por los suelos.

Así que pido a los ciclistas que tengan un poco más de cuidado y respeten a los peatones que van por la acera. Las carreras son para los circuitos  y las bicis deberían circular por la carretera.

Ya sé que hoy en día la convivencia de vehículos y bicicletas a veces es complicada y los accidentes se repiten por desgracia con mucha frecuencia pero los peatones que vamos por la acera no tenemos la culpa. Se puede convivir en armonía si lo hacemos con un poco de civismo.

Y de ahí viene mi amor-odio a las bicis. Un medio de transporte que me fascina, que intento aprovechar, pero que por otro lado cada vez se convierte en un reto más difícil para mí e incluso un peligro tanto como ciclista como peatón.

Os animo a que si os gusta la bicicleta aprovechéis sus beneficios con responsabilidad y que a pesar de las dificultades visuales, o de otro tipo, que podáis tener nunca os deis por vencidos. Los retos están ahí para afrontarlos.





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